viernes, 28 de noviembre de 2008

I don´t like...

Estar ahora mismo aquí. La hipocresía del que te sonríe para después despellejarte sin escrúpulos. La mentira. La indiferencia que te pega en la cara cuando al menos esperas desprecio. El desprecio. Los aires de superioridad. Las miradas por encima del hombro. Las otras miradas que te perdonan la vida. Los que utilizan al resto en beneficio propio. Las horas muertas. Escuchar esa música que rompe mis tímpanos. Estar en ese lugar rodeada de gente que nada tiene que ver conmigo. Los esclavos de una imagen llamativa para ser el centro de todas las miradas. Aquellos o aquellas que babean por los anteriores. El olor se ese perfume. Los cerebros vacíos. Ese bar que me provoca náuseas. Los que hablan sin parar sin decir nada. Los gritos. Los que creen saber de todo y no saben nada. Que no me escuchen. Los que no ven más allá de su ombligo. Los que se cuelgan medallas a base de méritos impropios. Esos que pretender ser continuamente el centro de atención utilizando cualquier tipo de arte que se le ocurra a su reducido intelecto. Que no me entiendas. La impotencia. El miedo que te paraliza. Que toques mis cosas. Que invadas mi espacio. Los que creen estar en posesión de la verdad absoluta. Los que no tienen dudas. La ordinariez. Que me den órdenes. La obediencia absoluta. Aquel que continuamente se baja los pantalones sin ser capaz de decir no. Los que venden su alma al diablo por subir un peldaño más en la pirámide de poder que representa la subnormalidad más absoluta. Las bajadas de mi montaña rusa. Descargar mi ira con los que menos se lo merecen. Las palabras que llegan al corazón como punzón que pica hielo descuartizándolo en mil trozos. Ese nudo que a veces no te deja respirar. Despertarme y hacerme consciente de lo que pasó ayer. El miedo a no saber continuar. No verte.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Casas de cartón.

Nueva ola de frío en el país. La mayoría de los ciudadanos rehúyen la calle. Muchos de ellos basan su vida en estos días en un simple ir y venir a sus puestos de trabajo, arropados con gorros, bufandas y abrigos hasta los dientes. Deseosos de entrar en esos grandes edificios armados de potentes aparatos calefactores, para una vez terminada la jornada volver a sus dulces hogares donde las calderas no dejan de funcionar. La llegada de la noche. El nuevo descenso de temperaturas. Sentirse reconfortados. Posar nuestras manos sobre esa ventana fría haciéndonos conscientes de que no nos afectará demasiado lo que ocurre de ella hacia fuera, lo que ocurre en las calles. Personas cobijadas bajo el cálido techo de sus casas.

El frio azota a la población. Quien repartió las condiciones de vida se olvidó del término equidad. El frio azota a la población, pero no del mismo modo a todas las personas. A ti y a mí nos bastará llegar a casa, enfundarnos en esa manta, prender esa chimenea o simplemente apretar un botón. Esa historia ya no irá con nosotros. El descenso de temperaturas no afectará a nuestra supervivencia. Rechinar de dientes, sensación de angustia, paralización de las funciones vitales, entumecimiento, hipotermia, muerte. Nosotros no moriremos de frío.

Pero existen las cifras. Cifras que cuentan de manera creciente el número de personas que forman esa parte de la población vulnerable al antojo de los cambios climáticos. Esa parte de la población a la cual le ha tocado malvivir por debajo del umbral de pobreza. De esas personas que carecen de esos calefactores, de esas calderas, de ese botón que pone on, de esas chimeneas. Esas personas que carecen de techo. Solo en la capital de nuestro país más de 700 personas no tienen un hogar donde vivir. No tienen un techo bajo el cual refugiarse. Montones de personas abocadas al antojo de los grados centígrados. Montones de personas que construyen las paredes de sus refugios con cuatro cajas de cartón. Refugios de supervivencia construidos sobre grandes ciudades que presumen de modernidad. Refugios de cartón rodeados de lujosos edificios con escaparates ostentosos. Refugios que algún día los dirigentes intentarán erradicar de las calles en pro de una buena imagen. Personas que han cambiado sus reconfortables abrigos por papel de periódico que cubre sus cuerpos para protegerse del ataque frontal del invierno. Indigentes, personas, que por ningún factor externo, dejan de ser personas. Indigentes, esos que dirigen hacia ti su mirada de hielo, y que aún son capaces de esbozar una sonrisa.

Cuando todo esto ocurre, pienso en irme a mi cama, mientras observo la cruda realidad al otro lado del cristal frío de mi habitación.

Escalofrío. No el que ellos sienten. Sino el que debería recorrer el cuerpo de todos y cada uno de los que somos cómplices de esta situación. Derecho a una vivienda digna. Hay que joderse.

No es demagogia, es la puta realidad.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

MARTES MUSICA

Boquiabiertos, extasiados. Sumergiéndonos en un mar lleno de peces de colores, de algas sin forma bailando al son de las corrientes submarinas, de rayos de luz atravesando superficies. Vuelos sobre montañas nevadas con los brazos extendidos, sintiendo la brutal belleza de cada una de las notas, como paisajes imposibles, para cada uno de nuestros sentidos. Así nos dejo anoche Lourdes Hernández, acompañada de sus dos músicos Charlie Bautista y Manuel Cabezalí. Así nos dejó Russian Red.

El espacio no podía ser más idóneo. Aforo muy limitado. Acústica perfecta. Voz cálida, dulce, al mismo tiempo que desgarradora, la que sale del cuerpo de esta chica tímida. A veces casi susurros. Otras, sobrepasando las notas musicales. Temas que en directo se hacen más fuertes si cabe, poderosos, tanto que logran abstraerte. Se sintió cómoda, le gustaba el lugar donde estaba tocando. Lo dijo.

Desgranó los temas de su álbum debut I Love Your Glasses, y lo aderezó con seis temas no incluidos en su disco. Gone, play on. Si he de elegir, me quedo con este. Regalo de dos bisses ante la demanda producida por el sonido de cientos de zapatos golpeando el parquet de la sala. Nunca la habían reclamado de esa forma. También lo dijo.

Le gustó nuestra ciudad, a nosotros nos gustó ella. Nos gustaron sus canciones, nos gustó su forma de interpretarlas.

El color, rojo ruso. Sin duda de una intensidad sublime.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Cronica de una muerte anunciada


Desde que llegó a la oficina ese viernes le resultó distinto a otros muchos que había pasado allí. La semana laboral había sido totalmente atípica tras su dos días intermedios de vacaciones. Ese viernes tenía tintes de lunes, la sensación tras dos días de descanso era que empezaba una nueva semana, pero al pensar en lo que realmente significaba ese día, se daba cuenta de que sólo después de pasadas unas cuántas horas, menos de las habituales, debido a la jornada reducida de los viernes, volvería a ser libre un par de días más. Pensar en ello y hacerse consciente de la realidad por una vez resultaba positivo.

Pero las sensaciones que tenía no se debían simplemente a una alteración de la rutina, ese viernes iba a ocurrir algo.

Su empresa, desde hacía meses, no pasaba por buenos momentos. La crisis que afectaba a la gran mayoría, también había aterrizado en ella. Y si unimos la mella económica producida en sus grandes arcas por el descenso de las ventas con la actitud de los grandes dirigentes sobre la cabeza de los cúales tan sólo planeaba la idea de salvar sus culos, el resultado era lo que allí se estaba viviendo desde hacía un tiempo. Recortes de gastos que afectaban en primera instancia al personal. La plantilla se había visto drásticamente reducida en un periodo de tiempo relativamente corto. Evidentemente la actividad se había reducido, pero la gran incógnita era si esa disminución era inversamente proporcional al número de cabezas cortadas. El sabía la respuesta. El sabía que era una estrategía más, en la que su empresa, como otras muchas del país, "utilizaba" esa crisis como base y fundamento de sus actuaciones. El pensaba que había que ser muy hijo de puta para realizar una serie de acciones coartadas por motivos que en la realidad sí que estaban jodidendo a muchos, a los pequeños, a los que llevaban meses y meses sin percibir ingresos, a los que seguían currando porque más vale tener la esperanza de que algún día los que deben saldarán sus deudas que el no tener expectativa alguna de nada, a los ahogados por las hipotecas, a los que la miseria estaba devorando de manera inversa a lo que ellos podían llevarse a sus bocas.

Pero ese día ocurriría algo. A él ya le habían hablado mil veces de que su puesto de trabajo desaparecería. A simple vista no tenía sentido que existiese un departamento de personal en una empresa que reducía a pasos agigantados el número de empleados. Y si otros muchos habían caido, no había nada de especial que le hiciese pensar que se salvaría de la quema. Él había pensado infinidad de veces en el momento en el que llegase esa situación. Había pensado infinidad de veces en las alternativas que se abrían a su paso en el momento de ser libre. Había divagado sobre las distintas posibilidades de vida que se ponían delante de sus ojos a partir del mismo instante en que firmase su carta de despido. Había tenido tiempo para asimilarlo y digerirlo todo. En determinados momentos, respirando el olor a mierda permanente y creciente que allí reinaba, incluso había ansiado que llegase ese momento.

Ese viernes enrarecido, le comunicaron que en una semana debería abandonar su puesto de trabajo.

Y en ese momento, y a pesar de ser la crónica de una muerte anunciada, y a pesar de haber deseado que pasase, y a pesar de estar ahogado por la imbecilidad respirada durante años en esa jauría de lobos, en ese momento, sintío vértigo. "El vértigo es algo diferente del miedo a la caida. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados"

No conocía lo que era no trabajar, desde antes de terminar sus estudios y día tras día desde hacía mas de diez años, había acudido a su puesto de trabajo. Primero a uno, después al otro. No tenía claro cual iba a ser su futuro, había una extraño morbo en todo el asunto que al mismo tiempo que le asustaba le atraía.

Ese viernes finalmente tuvo el tinte amargo de cualquier lunes, pero también la sensación esperanzadora de la antesala de un fin de semana cualquiera.

I´m lost in words


domingo, 9 de noviembre de 2008

La virgen de la soledad


Alex había pasado la mayor parte de su vida, desde que empezó a conocer las calles y lo que en ellas se cocía, rodeado de gente. Gente amiga en cada una de sus etapas, caras que se iban sucediendo en el tiempo. Gente que lo decepcionó, gente que pasó desapercibida, gente que lo marcó, y por razones no pensadas se fueron esfumando, gente que le jodió, gente que estuvo a su lado mucho tiempo, gente efimera, gente que tras el día a día pasaron de ser anónimas a recibir el apelativo de amigos. Personas de verdad y algún que otro hijo de puta.

Alex en el paso por la vida siempre iba del lado de una cara conocida. Y supongo que al ser animales de costumbres, Alex no concebía andar pasos si no era con alguien que siguiese lo suyos, o que le marcase el camino. Esa costumbre creó cierta dependencia. Dependencia a las personas. Dependencia que en tiempos de excased despertaba su mono. Alex durante años no tuvo marcados rasgos de personalidad, y si los tuvo, era facilmente moldeable. Se adaptaba con facilidad, siempre respetando ciertos límites impuestos por él mismo. Alex era un ser altamente sociable.

Lo último que recuerda en cuanto a este tipo de lazos fue una pareja que tuvo durante un largo periodo de tiempo. Eso pasó hace mucho. Habían pasado más de tres años desde que eso acabó. Y quizás fuera en ese momento cuando todo su mundo interior comenzó un profundo proceso de remodelación. A partir de ahí Alex empezó su reconstrucción. Comenzó a hacer sólo cosas que realmente le gustaban. Empezó a ir a los sitios donde realmente quería estar. Empezó a decir lo que realmente le apetecía. Fue rompiendo lazos de alienación. En esta etapa conoció el verdadero significado de la palabra no. Se volvió intransigente. Mostró su parte egoista, acallada durante años. E inevitablemente en esta nueva etapa, muchos se fueron quedando por el camino. A la gente, a veces ya no le sirves, cuando no hay intereses comunes. Esa misma gente tampoco te sirve a tí. Por supuesto tuvo sus momentos de vértigo, momentos en los que temía a la soledad, momentos en los que salía desesperadamente en busca de compañía. Pero poco a poco fueron menos, y ahora, bastante a menudo buscaba precisamente eso de lo que huía, estar solo.

Los que estaban a su alrededor percibieron sus cambios. La mayoría de la gente tiene poca capacidad de entendimiento. Era consciente de que no todo el mundo entendía esa postura, le jodió profundamente la actitud de esos que se creen que los amigos son posesiones, aunque tambien admiró a aquellos que le demostraron comprender lo que significaba la palabra respeto.

Alex no estaba contra el mundo, tan sólo se dedicaba a profundizar más en el suyo propio. Descubrió muchas cosas acerca de él mismo. Cosas que durante mucho tiempo habían estado recluidas en lo más profundo de su ser en pro de vaivenes ajenos.

Hacía ya mucho tiempo que pasaba gran parte de su tiempo solo. La elección de estar o hacer cosas en sociedad era solo suya, y la mayor parte de las veces rehusaba. Tan solo las horas que pasaba en el curro le obligaban a relacionarse a veces más de lo que le hubiese gustado. Aún así, se escabullía la mayoría del tiempo, y además contaba con la ventaja de tener su propio lugar de trabajo separado del resto.

Esta nueva etapa le reconfortaba. Al mismo tiempo, en algún lugar dentro de él, residia ese jodido temor a que algún día esa soledad que ahora estaba eligiendo se volviese contra el para convertirse en soledad impuesta. Nadie dice que no haya que arriesgarse, y si lo dicen, Alex se lo pasaba por el forro.

martes, 4 de noviembre de 2008

The secret life of words

Claudia estaba demasiado sensitiva. En realidad era un rasgo que, aún no se si afortunada o desafortunadamente, la acompañaba bastante a menudo. Pero en ese momento, se acrecentaba en intensidad. Lo había llevado bien en los últimos días, pero debido a esa jodida manía suya de darle al rewind releía algunas cosas y escuchaba algunos temas que en su día la hicieron navegar por el mar de los sueños. Y es que no se entera de que el pasado hay que dejarlo estar. Que para melancolía la que se vive en cada instante y la que aún está por venir. La jodida manía de revolcarse en el estercolero de los sentimientos. La cuestión es que se encontraba navegando de nuevo, montada en su barco de ilusiones. En ese momento resistir era el verbo que se convertía en su peor enemigo. Y nunca se ha caracterizado por oponer resistencia a los deseos. Dejarse llevar suena demasiado bien, se repetía.

El se encontraba al alcance de su mano, tan solo bastaba con apretar ciertas letras en determinado orden y esperar una respuesta. Claudia necesitaba la dosis suficiente de calor que eliminase la ola de frio que azotaba su alma. Hubo respuesta. Lo que encontró alivió, no curó. Ella necesitaba eso. También necesitaba algo más. Pensaba que si las historias no son más que ilusiones, sería tan fácil ganarle a la evidencia…

Tres horas después una parte de ella se quedó calmada, reconfortada, otra se lo reprochaba.

Quizás debería aniquilar a su conciencia, esa que le enseña de forma tan tajante como es la realidad de las cosas, esa que le esclarece determinados asuntos aportando tanta luz que resulta imposible dejar espacio libre para la duda. Esa que le despierta a patadas. O quizás debiera otorgarle un lugar más privilegiado, como guardiana preventiva de agonías.

Se me olvidó decirle a tu boca, no te vayas.