miércoles, 26 de noviembre de 2008

Casas de cartón.

Nueva ola de frío en el país. La mayoría de los ciudadanos rehúyen la calle. Muchos de ellos basan su vida en estos días en un simple ir y venir a sus puestos de trabajo, arropados con gorros, bufandas y abrigos hasta los dientes. Deseosos de entrar en esos grandes edificios armados de potentes aparatos calefactores, para una vez terminada la jornada volver a sus dulces hogares donde las calderas no dejan de funcionar. La llegada de la noche. El nuevo descenso de temperaturas. Sentirse reconfortados. Posar nuestras manos sobre esa ventana fría haciéndonos conscientes de que no nos afectará demasiado lo que ocurre de ella hacia fuera, lo que ocurre en las calles. Personas cobijadas bajo el cálido techo de sus casas.

El frio azota a la población. Quien repartió las condiciones de vida se olvidó del término equidad. El frio azota a la población, pero no del mismo modo a todas las personas. A ti y a mí nos bastará llegar a casa, enfundarnos en esa manta, prender esa chimenea o simplemente apretar un botón. Esa historia ya no irá con nosotros. El descenso de temperaturas no afectará a nuestra supervivencia. Rechinar de dientes, sensación de angustia, paralización de las funciones vitales, entumecimiento, hipotermia, muerte. Nosotros no moriremos de frío.

Pero existen las cifras. Cifras que cuentan de manera creciente el número de personas que forman esa parte de la población vulnerable al antojo de los cambios climáticos. Esa parte de la población a la cual le ha tocado malvivir por debajo del umbral de pobreza. De esas personas que carecen de esos calefactores, de esas calderas, de ese botón que pone on, de esas chimeneas. Esas personas que carecen de techo. Solo en la capital de nuestro país más de 700 personas no tienen un hogar donde vivir. No tienen un techo bajo el cual refugiarse. Montones de personas abocadas al antojo de los grados centígrados. Montones de personas que construyen las paredes de sus refugios con cuatro cajas de cartón. Refugios de supervivencia construidos sobre grandes ciudades que presumen de modernidad. Refugios de cartón rodeados de lujosos edificios con escaparates ostentosos. Refugios que algún día los dirigentes intentarán erradicar de las calles en pro de una buena imagen. Personas que han cambiado sus reconfortables abrigos por papel de periódico que cubre sus cuerpos para protegerse del ataque frontal del invierno. Indigentes, personas, que por ningún factor externo, dejan de ser personas. Indigentes, esos que dirigen hacia ti su mirada de hielo, y que aún son capaces de esbozar una sonrisa.

Cuando todo esto ocurre, pienso en irme a mi cama, mientras observo la cruda realidad al otro lado del cristal frío de mi habitación.

Escalofrío. No el que ellos sienten. Sino el que debería recorrer el cuerpo de todos y cada uno de los que somos cómplices de esta situación. Derecho a una vivienda digna. Hay que joderse.

No es demagogia, es la puta realidad.